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Descripción: ‘La voz del agua’. Marina Heredia : cante. José Quevedo ‘Bolita’, Luis Mariano: guitarras. Fidel Cordero: piano. Alexis Lefèvre: violín. José Manuel Posada ‘Popo’: bajo, contrabajo. Carlos Grilo, Luis Cantarote: ...

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Publicado el 22/08/2009 17:50:51 | 618 visitas

Descripción

‘La voz del agua’. Marina Heredia: cante. José Quevedo ‘Bolita’, Luis Mariano: guitarras. Fidel Cordero: piano. Alexis Lefèvre: violín. José Manuel Posada ‘Popo’: bajo, contrabajo. Carlos Grilo, Luis Cantarote: palmas. Teatro Calderón Haagen-Dazs. Madrid, 13 de marzo de 2007. 21 horas

Marina Heredia (Foto: Daniel Muñoz)


Manolo Caracol y Lola Flores son sólo algunas de las grandes figuras del flamenco que dejaron su arte en el escenario que Marina Heredia escogió para vestir de largo su nuevo trabajo discográfico ‘La voz del agua’. Respirando esa añeja inspiración, se plantó en la coqueta bombonera madrileña del Teatro Calderón –ahora patrocinado por una marca norteamericana de helados- rodeada de sus diez músicos, bellamente vestida por la diseñadora Ángeles Verano y dispuesta a desgranar el repertorio de su segundo álbum, el que se sincera con Marina Heredia.

Entre admiradores, amigos, familiares y el perfume de cientos de claveles rojos y blancos, hizo aparición en escena la cantaora granadina. Eligió como presentación el ‘Tango de las madres locas’ del cantautor granadino Carlos Cano, un tema de forma y de fondo. No sólo da alas a todos los matices de voz, desde el terciopelo más dulce al rajo más jondo, sino que dice y denuncia. La fidelidad al disco es impecable, raro en flamenco, al igual que la solidez de la banda, variada en cuerdas y percusiones. Ya sentada, se aplica en el cante por malagueñas, rematado con fandangos del Albaycín. Entrega total, energía plena. La escena se desborda, inundando la sala. Y llueven oles y piropos. Recogida, serena, profundiza en la soleá con marca de la casa, con marca ‘Parrón’, acompañada por el toque natural de Luis Mariano.

Vuelve entonces la mirada a uno de los temas más tarareables del disco, que también los tiene. Con los coros allanándole el camino, entra en la bulería acancionada ‘La rosa tardía’. Y ahí se desfoga, con un acompañamiento ebrio de brío y vida. Tras el ‘flash’, retorno a la luz tenue, a la cosa jonda. Pero esta vez en pie, junto al piano de Fidel Cordero, que la lleva a la mina, paso a paso. Estampa. Quejío. Toca entonces alternar con la fiesta, con el ritmo, esta vez con la balada por tangos ‘Mil vidas’. Y ahí se luce, melosa y versátil, enganchando por lo amoroso y por el estribillo, poniendo un punto y aparte en el recital.


Marina Heredia
(Foto: Daniel Muñoz)


Intermedio para degustar helados –no es broma, el carrito se planta en el pasillo del patio de butacas, con sombrilla y todo- y para hacer vida social, que hay invitados más que ilustres... desde Pepe Habichuela a Luis Cobos, pasando por Nacho Cano. Y segunda parte. La bella granadina irrumpe con bata de cola negra y mantón, entre una lluvia de claveles y loas, arrimándose al piano para ponerse coplera con ‘A tu vera’. Artes de diva en el andar y posarse. Artes de cantaora en el interpretar. Una grabación antigua la lleva entonces al Sacromonte, con aires morunos que retoma en directo la guitarra del jerezano José Quevedo ‘Bolita’, el productor del álbum, “mi media naranja artística”. Para la ocasión, viene vestida de rojo y flores, con un ay mirando para Tánger. Y ese estilo lo borda. Le da el peso propicio, preparándose para los momentos de cante valiente, de partirse la garganta y estremecer. El escalofrío permanece con la ‘Balada del que nunca fue a Granada’, pero de otra manera. El poema de Alberti habla de una cita que nunca pudo tener con Lorca... porque lo fusilaron. Y Marina Heredia pone el acento en el drama y en la letra. Que se entienda, que hiera, pero que entre por el oído dulce, fácilmente.

Mientras la música va formándose, con el violín de Alexis Lefèvre delante, “ese violín que llora”, se cambia para la última faena, con falda ajustada franjas negras, rosas, naranjas... y chalequillo torero. Dos toros. Dos poetas. ‘La gran faena’ del granadino Manuel Benítez Carrasco, una canción circular en cuyo estribillo echa las penúltimas fuerzas. ‘Illo y Romero’ de José Bergamín, por bulerías “cañeras”, con aire de fiesta flamenca... y taurina. El grupo engorda, crece, penetra contundente, casi a la manera del rock, pero sin enchufes. Vuelta al ruedo. Y salida a hombros tras la tanda de pregones a pie de escena, con la decena de músicos cubriéndole, callados, las espaldas. Marina Heredia selló así, derrochando jondura, gusto y raíz, la presentación de ‘La voz del agua’, el disco que pone de nuevo el acento en una de las cantaoras más destacadas de la brillante generación de ‘povedas’, ‘estrellas’ y ‘arcángeles’. Y está que se come los escenarios...

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